Fundamentalmente, lo primero es morir al pecado y resucitar a una vida nueva, incorporándonos a Cristo por su gracia. Sabemos que el pecado nos deshumaniza, nos despersonaliza. También hay que acoger al Espíritu de Jesús Resucitado, para resucitar todo lo bueno que está muerto en nosotros; esto es, reavivar nuestra fe apagada, nuestra esperanza opacada y nuestro amor mediocre. Y, es que contamos con Dios, que siendo un Padre apasionado por la vida nos llama a hacernos presentes, con su Hijo Resucitado, para colocar la vida allí donde se produce la muerte; por tanto, haciendo una labor ejemplar contra la marginación, el hambre, la muerte violenta, el aborto, la soledad. En el Resucitado, nuestros esfuerzos por un mundo más humano y justo no se perderán en el vacío.
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