«Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz.
Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los
pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel» (Lc
2:29-32). Son éstas las palabras con las cuales un hombre inspirado por el
Espíritu Santo llamado Simeón, recibe a Jesús en la entrada del Templo de Jerusalén.
Palabras que dicen mucho, y ponen de manifiesto la misión de Jesús en el mundo.
Celebramos hoy la fiesta de la presentación
de Jesús, lo que para muchos hoy es la fiesta de la candelaria, candelaria que
viene de la palabra candela, una candela es una vela o cirio que sirve para dar
luz, de ahí que el día de hoy iluminados por la Palabra de Dios, nos
congregamos todos los fieles cristianos católicos a esta celebración.
Para recordar la presentación de
Jesús en el Templo, tenemos la tradición de que cada año el 2 de febrero los
fieles se congregan en los templos y llevan alguna imagen a la celebración de
la Eucaristía que representa a Jesús niño, la imagen va también acompañada de
candelas (velas de parafina) para que las bendiga el sacerdote, estas candelas
simbolizan a Jesús como aquella Luz, la misma a la que se refirió Simeón al
tomar a Jesús en sus brazos: “Luz para
alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”.
Hoy Jesús debe ser aquella Luz que guie el sendero de nuestras vidas, aquella Luz que brille en el corazón de los fieles, para que queden impregnados de su amor. Junto a esta fiesta también celebramos la purificación de María, esa figura de madre que siempre está presente en los acontecimientos de la vida de Jesús, aquella madre a la que también le fue anunciado por parte de Simeón las siguientes palabras: “Los bendijo, diciendo a María, su madre: Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: Así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma”. (Lc 2;34-35)
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