La reflexión del Papa comenzó con el tema del agua, protagonista de las lecturas litúrgicas del día. “El agua que cura”, la llamó Francisco, comentando así la descripción que el Profeta Ezequiel hace del arroyuelo que surgió en el umbral del templo, que se transforma afuera en un torrente impetuoso y en cuyas aguas ricas de peces cualquiera puede curarse. Es el agua de la piscina de Bethesda, descrita en el Evangelio, en cuyos alrededores permanecía desde hacía años, un paralítico debilitado – y para Francisco también un poco “perezoso” – que jamás había encontrado el modo de hacerse sumergir cuando las aguas se movían y, por tanto, de buscar la curación.
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