Cuando Jesús en la última cena abre el corazón a sus discípulos y les anuncia su partida, es Tomás quien reclama que no entiende ni a dónde va, mucho menos va a saber el camino (Jn 14, 1-6). Éste es Tomás, un poco sarcástico y siempre muy humano. El pasaje que hoy hemos leído y que con frecuencia citamos cuando dudamos de algo: “Yo como Santo Tomás, hasta no ver no creer”, nos ayuda a captar de un modo más cercano todo lo que debió ser para aquellos asustados discípulos, la resurrección del Señor. El camino de Tomás es el largo itinerario que va desde la humana desconfianza, hasta la plena confesión del arrodillado que humildemente exclama: “¡Señor mío y Dios mío!”.
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